Torrijas

Ya se acerca la Semana Santa y la torrija es sin duda uno de sus postres referentes, de los más conocidos por estas fechas. Hay muchas versiones en otros países ajenos a esta tradición, como el Pain Perdu en Francia, o las Fatias douradas en Portugal, siendo fácil de versionar al llevar pan, huevos, leche, azúcar y canela en la mayoría de las recetas y que quizás sea su presencia en el Imperio Romano la que dio origen a todo esto… Pero lo que nos interesa de este artículo es la finalidad de este postre y las tradiciones que lo rodean.

Fue el escritor leonés Juan del Encina, quien a mediados del s. XV, incluiría la palabra «torreja» en un cancionero. Eran muy típicas de Castilla, tanto que en la actualidad se celebra el Concurso Nacional de Torrijas. Por otro lado, fue apareciendo en recetarios y libros de cocina como el del s. XVII de Francisco Martínez Montiño, en Arte de Cozina, donde aparece la palabra «torrija» escrita como la conocemos hoy en día. 

No sería hasta a mediados del s. XIX cuando se comienza a relacionar esta elaboración con la Semana Santa y como alimento compatible con la abstinencia propia de la Cuaresma.

Sin embargo, aunque éste sea el reclamo más conocido y más habitual de este postre, muchos han sido los motivos por los que se elaboraban previamente. Fue un alimento ideal para las mujeres parturientas. Era muy habitual elaborarlas antes y después del parto para restablecerlas de tamaño esfuerzo y además ofrecer a los invitados que venían a cuidarlas en esta etapa. En Galicia, por ejemplo, se conocían como Torradas de Parida y en Menorca se las sigue conociendo como Sopes de Partera, dando claro ejemplo de que en sus orígenes era un alimento calórico para restablecer a personas y un postre de aprovechamiento debido al uso de ingredientes básicos como el pan duro.

Hoy en día y como experiencia personal, las torrijas siguen estando vinculadas a la Semana Santa y a las mujeres de la familia. Es de esas recetas que se pasan de madres a hijas compartiendo tardes en la cocina elaborando este manjar.

Quizás sea algo más típico de algunos pueblos o zonas rurales, pero nada comparable a la frialdad de comprarlas en un obrador. Estoy hablando de compartir una tarde con varias generaciones de la familia. En este sentido, pienso que la gastronomía es una riqueza que genera identidad y tradición. 

En mi caso, guardo especiales recuerdos de cuando pasaba una tarde viendo cómo las elaboraban mi madre y mi abuela, los comentarios que hacían, el chisporrotear del aceite cuando las sumergían en esas grandes sartenes mientras el aroma a almíbar con canela y clavo que las bañaba, impregnaba con su dulzor toda la casa. Son recuerdos y pinceladas de memoria olfativa que comparto hoy en día con ellas mismas aunque ahora el turno de elaborarlas recae más en madre e hija y diría que es casi un ritual culinario por estas fechas al que se unen amigas o vecinas, creando comunidad y dando continuidad a esta receta ancestral.

Las encontramos rellenas, con vino o leche, de almíbar de azúcar o de miel, espolvoreadas con canela o incluso con chocolate por encima. O en versiones de azúcar panela y chocolate que podéis encontrar en mi blog, pero la esencia es la misma. Un postre que une, que nos hace compartir y además de revivir los ánimos, revive la tradición y el aprovechamiento que da valor e historia a este postre.