Fragmento
«Cuentan las voces vivas del lugar que en la Calle Santa Lucía vivía una mujer llamada Angustias. Los que todavía se acuerdan de ella la sitúan en el mismo sitio. Quieta. Con su sempiterna mirada en el horizonte. En las espesas montañas.
Cuentan las voces muertas del lugar que en su diario caminar, sus pasos la conducían hacia donde ellas descansaban. No siempre en paz. Bajo la sombra del Tejo, donde por miles las almas se agolpan. Unas encima de otras. En un baile de intimidad y terror.
Con nosotros, los muertos, Leocadia expiaba su pesar. Sus lágrimas, como lluvia de septiembre, caían sobre nuestros despojos. Aliviando el dolor de su corazón herido. Nos empapábamos de ellas. Tal vez para sentirnos más cerca de lo terrenal. De un tiempo en el que los ideales cabalgaban libremente. Hacia delante. Sin pensar en la mano y el crucifijo acechando por detrás. Tratando de amaestrarnos, doblegarnos, asesinarnos».