Fragmento

«El 22 de abril de 2014, murió mi hijo Jaume. Cumplía tres años y tres meses justo aquel día. En este libro voy a intentar trasmitiros todo lo que sentí y cómo lo viví. Describiré cómo sucedió e intentaré hacer un recorrido por estos casi tres años que han pasado desde entonces. Cuando muere un hijo, nada vuelve a ser igual. Parte de ti muere con él. El dolor es tal, es tan indescriptible que, a veces, he tenido la sensación de que iba a perder la cabeza o estallar en mil pedazos. Lástima que en ese momento no lo hiciera; hubiese sido mucho más fácil. Pero no, tienes que seguir viviendo, tienes que seguir levantándote por las mañanas y ver cómo el mundo sigue, la vida sigue, la gente sigue y tú… tú no puedes ni quieres seguir, pero no hay opción. O sí la había: podía morir en vida, convirtiendo a mi hijo en mi verdugo o, por el contrario, podía poner todo de mi parte para sobrevivir. Yo elegí la segunda: elegí vivir y convertir cada día de mi vida en un homenaje a mi hijo. Por todo lo que me dio, lo que me enseñó y por la persona en la que me convirtió solo siento agradecimiento. También por los que estaban a mi lado, que no eran pocos; más adelante hablaré de ellos. Todos estábamos sufriendo mucho, teníamos que salir de esto sin más tragedia. Por todo eso, decidí vivir. Busqué y busqué. Estaba inmersa en una búsqueda sin fin: terapia, libros, cursos, reiki, yoga, documentales… Buscaba respuestas y actividades que me hicieran sentir mejor y a la vez me acercaran a mi hijo. Lloraba y lloraba. Gritaba hasta caer rendida un día tras otro. Ahora me doy cuenta de que llorar es la única manera de sanar el alma».

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