El sol avanza, se cuela entre los cristales y calienta suavemente toda la armonía de una casa de revista. Es una plácida tarde de un domingo cualquiera, donde apenas hay tráfico y el dolce far niente encuentra su significado mientras en la cocina se escucha levemente el murmullo de un lavavajillas que cumple rigurosamente su desagradecida función.
Entonces, en un segundo, el agua de la cafetera comienza a hervir y a la vez un rotundo “no”, rompe el silencio y llena toda la habitación.
Clara se incorpora del sofá, entre aturdida y asustada por la rotundidad y vehemencia de su propia voz, sorprendida por la palabra que acaba de atreverse a pronunciar, mientras el “no” continúa flotando en el aire para volver a asentarse lentamente dentro de su cabeza, donde había dado tantas vueltas antes.
Y después el silencio.
Y más silencio… El que precede a todas las grandes revoluciones.
Entonces vuelve a acomodarse en el sofá, cierra los ojos y sonríe mientras se imagina la cara de su jefe machista, su amiga manipuladora, o su compañero tóxico, cuando dejen de escuchar sus “bueno, vale”, “lo que tú quieras” o “me da igual” y empiecen a darse cuenta de que, por primera vez en su vida, ha comenzado a decirse sí a ella misma.
Y calma.
Toda la que queda después de una tormenta de verano en la ciudad.